El negativo y su luz

11.12.2020

En el interior del viejo maletín se amontonaban las viejas tiras de negativo de 35 mm y medio formato. Aquella mañana podría ser como cualquier otra. Pero era 4 de abril del 2020.

Entre mis manos, los fotogramas parecían frágiles cromos de coleccionista. Decidí contemplar, pacientemente, la sonrisa que ya no me pertenece, el encuadre velado, la milésima de segundo capturada a través de los ojos tristes de un desconocido, los capirotes en Semana Santa apuntando hacia un cielo infinito. 

Fotografía:  Día XXI. La casa de muñecas



Así perviven las imágenes atrapadas de los negativos en el interior de un viejo maletín, como los recuerdos que vamos olvidando con el paso de los años. Recuperarlos de golpe, invadidos por ese extrañamiento sería algo así como volver a percibirlos entre la inmensidad grisácea de una longeva enfermedad. Y sonreír nuevamente, desde la soledad del hallazgo.

Como una caja de luz, la ciudad vaciada y muerta de miedo proyectaba su luz a través del cristal. Las antiguas muñecas de porcelana se abrían paso entre los haluros de plata que ofrecían, tímidamente, su enigma. Mientras tanto, los rayos de Sol incidían sobre sus párpados gelatinosos, sin piedad alguna. Aquellas muñecas que papá me regaló y con las que no podía jugar porque "podían romperse". Sirvieron, sin embargo, como perfectos bodegones para algún trabajo analógico de mi formación académica. Las persianas entrecerraban sus ojos con gesto de prudencia. Y aquellas muñecas, en plena catarsis lumínica, ofrecían su propio espacio habitado en el edificio de enfrente. 

Parece que hoy el universo quería jugar a las matrioskas. El mundo alberga en su interior demasiadas cajas. Y este negativo, entre mis manos, ofreciendo un frágil instante bajo las plumas de un pájaro. 

La habitación que me habita es un nuevo fotograma, movimiento pausado para los ojos del vecino que se oculta torpemente, tras la cortina. Una pausa, vidriosa y cerámica, de las muñecas con las que nunca pude jugar. Sin embargo, me ofrecieron la fugacidad de la imagen invertida. La misma sonrisa cómplice, que ya no me pertenece. 

 

  • Fotografía y texto: Marina Serrano © 2020